Democracia a la fuerza
Cuántas veces soñamos en que algún día se terminaría el terror de la dictadura, que la violencia sería un amargo recuerdo, que cada vez que tocaran a la puerta ya no fuera la policía secreta, sino que simplemente el cartero del barrio. Cuántas veces nos preguntamos el por qué de tanto odio en un país que se preciaba de ser distinto, pero que a la hora de la verdad fue tan salvaje y furioso como cualquiera. Por eso los sueños de un Chile diferente parecían distantes entre las balas de los militares, la aquiescencia de políticos entreguistas y muchos chilenos que optaron por la indiferencia ante el sufrimiento de las víctimas de la represión. Entonces se apelaba a la fuerza del optimismo y al optimismo de la fuerza para dibujar un mundo mejor. Y así nacieron las barricadas, las protestas callejeras, las reuniones clandestinas, las acciones armadas: así nació y creció la resistencia a la dictadura, a veces con más ganas que recursos, con más pasión que preparación, con más tesón que reflexión, pero poco a poco se fue urdiendo la trama final y un día se desmoronó la dictadura y se pudo percibir un enorme suspiro galopando por cerros y montañas, ríos y calles, porque por fin podían volar sin miedo las bandurrias del sur o los cormoranes porteños. Pero nos equivocamos, pues pronto las aspiraciones democráticas se vieron enturbiadas por la peculiar transición chilena donde todo cambió para que todo siguiera igual.
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