Palabras de prestigiosa (y bella) intelectual canadiense sobre nuestro proceso latinoamericano

Naomi Klein

Hoy los latinoamericanos esán recuperando el proyecto tan brutalmente interrumpido hace años



En menos de dos años, el periodo de arriendo de la mayor y más importante base militar de Estados Unidos en América Latina llegará a su fin. La base es la de Manta, en Ecuador, y Rafael Correa, el presidente izquierdista de ese país, ha anunciado que sólo renovará el arriendo “en un caso: si nos dejan abrir una base nuestra en Miami, una base ecuatoriana. Si no hay problema en tener soldados destacados en suelo extranjero, sin duda nos permitirán abrir una base ecuatoriana en Estados Unidos.”
Dado que una base militar ecuatoriana en South Beach es una completa fantasía, es muy probable que la base de Manta, que sirve de base logística para la “guerra contra las drogas” acabe cerrada pronto. La desafiante posición de Correa no es, como algunos afirman, una cuestión de antiamericanismo. Se trata más bien de parte de una amplia gama de medidas que están adoptando los países latinoamericanos para hacer el continente menos vulnerable a las crisis y los choques provocados desde el exterior.
Es una cuestión crucial, por cuanto en América Latina durante los últimos 35 años estos choques venidos de fuera han servido para crear las condiciones políticas requeridas para justificar la imposición de una “terapia de choque”, entendiendo por tal la constelación de medidas económicas de emergencia siempre favorables a las grandes corporaciones, como privatizaciones a gran escala y grandes rebajas del gasto social que debilitan al Estado en nombre el libre mercado. En uno de sus ensayos más influyentes, el difunto economista Milton Friedman articuló la panacea táctica fundamental del capitalismo contemporáneo, que yo califico como doctrina del choque. Friedman afirmó que “únicamente una crisis –real o supuesta— produce un cambio real. Cuando la crisis se produce, las acciones que se adoptan dependen de las ideas prevalecientes.”
América Latina ha sido siempre el principal laboratorio de esta doctrina. Friedman supo por primera vez cómo explotar una crisis de gran escala a mediados de la década de 1970, cuando asesoró al dictador chileno general Augusto Pinochet. No sólo estaban en ese momento los chilenos en estado de choque, tras el violento derrocamiento por Pinochet del gobierno del presidente socialista Salvador Allende, sino que el país estaba también experimentado una grave hiperinflación. Friedman recomendó a Pinochet imponer una rápida transformación de la economía en muchos frentes simultáneamente: rebaja de impuestos, libre comercio, privatización de servicios, recortes en el gasto social y desregulación. Fue la más extrema transformación capitalista nunca llevada a cabo, y pasó a conocerse como la “revolución de la Escuela de Chicago”. Un proceso similar se estaba llevando a cabo en ese momento en Uruguay y Brasil, también con la ayuda de licenciados y profesores de la Universidad de Chicago, y algunos años más tarde en Argentina. Estos programas de terapia económica de choque pudieron llevarse a cabo mediante choques mucho menos metafóricos, perpetrados en las muchas salas de tortura de la región, a menudo a cargo de soldados y policías formados en Estados Unidos, y dirigidos contra aquellos activistas que se consideraba que podían oponerse a la revolución económica.
En las décadas de 1980 y 1990, a medida que las dictaduras fueron dejando su lugar a frágiles democracias, América Latina no escapó a la doctrina del choque. Al contrario, nuevos choques prepararon el terreno para otra ronda de terapia de choque: el “choque de la deuda” de comienzos de los 80, seguido por una ola de hiperinflación y de derrumbe de los precios de las materias primas de las que dependen sus economías.
Hoy, en América Latina, en cambio, las nuevas crisis están siendo repelidas y los viejos choques están perdiendo su virulencia: una combinación de tendencias que hace que el continente sea no sólo más resistente ante el cambio sino también que sea un modelo para el futuro mucho más resistente a las doctrinas del choque.
Cuando murió Milton Friedman, el año pasado, el intento global de imponer el capitalismo sin trabas que él contribuyó a instalar en Chile tres decenios antes estaba el pleno reflujo. La necrológicas elogiaron al difunto, pero muchas recogían un sentimiento de temor ante la idea de que la muerte de Friedman ponía fin a una nueva era. En el National Post, de Canadá, Terence Corcoran, uno de los más devotos discípulos de Friedman, se preguntaba si el movimiento global que el economista había lanzado tenía alguna posibilidad de persistir. “Como último gran león de la economía de libre mercado, Friedman deja un vacío… No hay nadie vivo hoy que iguale su estatura. A la pregunta de si los principios que Friedman articuló y por los que luchó sobrevivirán a largo plazo sin una nueva generación de dirigentes sólidos, carismáticos y capaces, la respuesta es incierta.”
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